Los suelos brindan diversos servicios ecosistémicos ya que son esenciales para producir alimentos, fibra, combustible, y materias primas, así como para mantener los sistemas climáticos y terrestres (Chen et al., 2002). El carbono orgánico del suelo (COS), un componente principal de la materia orgánica del suelo (MOS), afecta a un gran número de propiedades edáficas físicas, químicas y biológicas. Interviene, por ejemplo, en procesos tales como los ciclos biogeoquímicos de varios nutrientes (McGill y Cole, 1981), mejora la capacidad de intercambio catiónico y la formación y estabilización de los agregados del suelo, aumentando la capacidad de retención de agua (Tisdall y Oades, 1982). No obstante, los cambios en el uso y cobertura del suelo, especialmente la conversión de ecosistemas naturales en agroecosistemas, amenazan la salud de los suelos a nivel global. El uso agrícola de los suelos modifica las propiedades físicas, químicas y biológicas, llevando, muchas veces, a la degradación de este, especialmente cuando se reduce la MOS. Debido a las labranzas y otras perturbaciones, que desintegran los agregados y alteran las condiciones de aireación, humedad y temperatura del suelo, se acelera la descomposición microbiana y la oxidación de COS a CO2, lo que determina un aumento en su